viernes, 15 de octubre de 2010

"AQUÍ, EN LOS BAJOS FONDOS".

¡Ay chamo, que peo con éste tipo, ya se volvió a encadenar!
-Jordan, chamo, cambia eso man-.

¡Nooo brother, no juegue con éste hombre!
-¡Amaaaahh! Pasame una birra, de las de arriba, que están bien fría-.

23 de enero.
Caracas, Venezuela.

Solo faltaban 10 minutos para las 8:00 pm, los Angelitos de Ismerda veían la tv. Ismerda era una señora humilde de éste País llamado con nombre de mujer, Venezuela, la Doña sabe que su pesadilla no se acabará, sabe que en cualquier momento sus muchachos van a quedar plasmados en el asfalto húmedo o seco del barrio. No sabe a ciencia cierta el día, época  u hora, solo sabe que su realidad es inminente, viven en el 23 de enero, barrio por demás conocido. Maicol, es el hijo mayor de Ismerda, tiene solo 17 años, a los 12 tomo un hierro (arma)  por primera vez y dio su primer golpe (asalto), las manos le temblaban, era solo un niño, legalmente aún era un niño, sus manitas sudaban como nunca, sentía su pecho corcovear como un potro desenfrenado, su cabeza daba vueltas y casi sentía nauseas por lo que estaba ocurriendo, a un lado se encontraba Henry (el talibán), decían que era hijo de un árabe, su barba le delataba enormemente, de ahí su apodo. 

-¡Dale panita! ¿estas cagao? AAyy Vale, me saliste cagauito chamito. Musitó El Talibán.
No me mate por favor, no me mate, tu eres un niño vale,  ¿por que haces esto criatura? (gritos de una mujer llorosa y asustada)
- El niño Maicol dice sin tapujos finalmente ¡Dame todo vieja, o te pego aquí mismo, te doy piso vieja!

El Talibán orgulloso y sonriente -luego de que la asustada mujer entregara sus pertenecías al niño Maicol-, la golpea y ejercen la huida. Maicol con la sangre fluyendo como nunca por todo su cuerpo corrre a un costado del talibán, quien le dice: ¡ Apúrate carajito, porque si un paco nos agarra te jodo guevon!

Triunfales por la hazaña, llegan al punto central, donde se encontrarían con el jefe de la banda "Los Reyes Magos", la banda más peligrosa e imperante en el barrio -para ese tiempo- y donde debutaría nuestro principal personaje. Maicol jamás creyó que llegaría tan lejos y mucho menos en un país donde las oportunidades escasean por eso de que, el mas grande come al pez más pequeño, -en el caso de nuestro personaje, él era el más pequeño-, pero aún así y cansado de los maltratos de su padrastro, decide dar ese gran primer paso, todo salió bien, algunos compañeros de faena le decían que lo más difícil es, la primera vez, después de eso, todo se vuelve un parque de diversiones, sientes extremas emociones pero, siempre te diviertes. 
Y vaya que tenían razón, pues, la segunda vez, Maicol se sintió más confiado, asustado pero extasiado, como si tener un revolver y el poder de someter a seres humanos iguales a el, al punto de resquebrajar su espíritu lo suficiente  para que le imploraban por su vida, le llenaba de una inmensa sensación de gloria, la misma sensación que más tarde lo llevaría a ser un ser despiadado y sin corazón. Después de cuatro robos, de cinco y seis, perdió los escrúpulos -suponiendo que los tuviera alguna vez- después perdió la cuenta y ya no había más sustico en el estomago, solo le quedaba la ansiedad que se alborotaba cuando había pasado algunas horas sin delinquir. Así se fue el tiempo, al punto que llegamos al frente de la tv con diez y siete años de vida, donde cinco años habían sido suficientes para cambiarle el hijo a Ismerda, un niño que había sido atento y cariñoso con su familia y que se había convertido en un despiadado sicario, en cinco años aprendió que matar era más productivo, así como vender drogas. La misma droga que estaba consumiendo a Jordan, su hermanito Jordan, él mismo Jordan que le hacía la tarea -mientras Maicol estudió, porque esa es otra cosa, había abandonado los estudios a los quince años- después de que había matado a un compañero de aula, porque lo miraba feo. 
Su nombre, casi no lo recuerdo, es Jonan, Jonanhel, Joangel quizás, la verdad no lo recuerdo. Era un chiquillo simpático, divertido y muy honesto. Era de los que no se copiaba en los exámenes, le gustaba hablar mucho y también leer -de ahí, que siempre tuviera de que hablar-, era muy inteligente, valiente y muy creyente, decía que iba a ser monaguillo o cura.

Éste chico murió por no poderse callar la boca, Maicol aprendió en la calle, que en boca cerrada no entraban moscas, Joa no era un chico boca floja, pero si cuestionaba a todo y todos a su alrededor, decía que a pesar de vivir en el barrio, el podía ser mejor, que todo el mundo podía ser mejor. Maicol consumido en su odio, decidió creerse que Joa lo miraba feo, cuando en realidad le molestaba lo que ese muchacho decía y pensaba, sobre que se podía ser mejor persona, Maicol se sentía como escoria humana, por eso no logró llevar la carga que representaban las palabras de Joe, esa fue su razón, por eso lo mató, creyó que silenciando a Joe, silenciaria a los fantasmas de su cabeza. Ya para el día en que Maicol dejó la escuela, a consecuencia de ese triste suceso silenciador, estaba profundamente sumergido en un vicio de sangre, ya no podía dormir sin soñar con cada asesinato cometido, no podía vivir sin matar cada día, se había vuelto un enfermo de la muerte, comenzó a matar por ocio y no por trabajo, cada vez que veía a una chica mal parada la violaba y la asesinaba a sangre fría, para él, no existía limite en su desmedida sed de venganza. 

¿De que se vengaba? de la podrida vida que le había tocado vivir, por ser pobre, por haber nacido en un apartamento sucio y abandonado por la prosperidad, por la comprensión, en un apartamento lleno de desidia y falto de comodidad, con un padrastro maltratador y una madre sumisa, Maicol sentía odio por aquellos que vivían en el Valle, en un valle de felicidad, en las montañas llenas de mansiones, mientras el estaba del otro lado entre ranchos y delincuentes, entre pobreza y hambre, entre suciedad y desilusión. Mientras Maicol fue un niño sintió el terror del hambre, el dolor de la barriga llena de aire, donde no podía soñar en las noches por el frío y a mugre por doquier, donde en ocasiones le tocaba compartir con su hermano Jordan,una arepa - torta de masa de maíz o de harina de maíz precocida de forma circular y semi-aplanada, que generalmente se prepara asada o frita- con mantequilla y hambre de sobra, porque era lo que la mamá había podido conseguir en un día de lavar ropa a mano y planchar, todo un día de explotación laboral, para solo lograr comprar un paquete de Harina y una mantequilla de barra, porque el resto se le iba en el pasaje de ida y vuelta para no tener que perder el día caminando de un extremo a otro, porque los que no lavaban su propia ropa, vivían al otro extremo de la casa de Maicol. 

Ya eran las 8:00 pm, el presidente se había encadenado, Jordan con 16 años de edad y una demacrada cara de mucho soñar a punta de sustancia sicotrópicas, de mucho sufrir con los arrebatos nocturnos entre las almohadas y el colchón sucio de su cuarto, el que comparte con su hermano el matón el barrio, el que todos odian, el que todos aman. Jordan se esconde entre el polvo blanco de la realidad que le tocó llevar entre los hombros, hombros que después de un pase, deja de sentir. Esos que se tornan pesados hasta el punto de no sentir más, que el luminoso vacío de la nada, donde se pierde entre el llanto y la resignación, el climax y el dolor.

Y su madre en el otro cuarto, solo reza para que Maicol llegue bien a casa, para que Jordan deje el vicio, reza como si alguna vez hubiese sido objeto de un milagro, reza como si  hace tiempo que Dios se olvidó de ellos cuando realmente, nunca los ha tomado en cuenta, reza porque es lo que la mantiene viva entre tanta basura, entre tanta miseria. 

Con el Presidente encadenado, Jordan vuelve a sus almohadas, a confesarse entre el polvo blanco y su mugre vida, Maicol respira hondo y decide salir a la cima del cerro, el que tiene muchos ranchos, ahí se siente el rey de la cima, ahí no hay presidente que se encadene, no hay ricos aparentando ser felices, ahí solo está el y el cielo, ahí está su limite, su arma enfundada, su camiseta y el frío de la noche congelando la caja llamada cuerpo, donde reposó alguna vez su alma, esa alma que perdió en su primer asalto y pisoteó en su primer asesinato. Esa misma alma que vendió al diablo por un fierro, para después empeñar la de su madre y su hermano por un cota de poder en el barrio.

Jordan, ya está en su cama, escondido en el terror, en el éxtasis, en la desilusión que representa para su madre, que solo reza, ahí en la sala, ahí en los bajos fondos, donde Dios no puede oírle. 


Daniela Camarán
http://sociedadbipolar.blogspot.com